La penumbra se apodera del ambiente, de las calles, de la personas, de la ciudad. Una ciudad fría y ambigua para mi gusto -piensa ella mientras pasa su mano por su cabello, acariciándolo entre sus dedos-. Busca sus llaves en su bolsillo, afanada, como si no quisiese que notarán que repudia la oscuridad, aunque más bien es el pavor de encontrase sola en medio de las tinieblas, mientras que sus cuatro sentidos restantes le juegan una sucia pasada. Esgrima torpemente sus dedos dentro de los bolsillos del pantalón, recordando aliviada, que sus llaves están en la bolsa, entra a su casa para refugiarse de la sombría mujer que la espera allá afuera, al acecho.
El eco de la puerta al cerrase y las luces apagadas le indican que se encuentra sola en su casa, afanosamente busca el interruptor al costado izquierdo de la puerta, al lado de la repisa en donde guarda libros, CDs y algunas fotos de su familia. Sube directamente por las escaleras que están frente a la puerta, caminando torpemente recostada a la pared, quizá gracias al cansancio; llega a su cuarto, lanza la bolsa a cualquier lado y se echa sobre su cama, entretanto en el pasado queda un día más de agotamiento y agitación; de la casa a la universidad, de la universidad al entrenamiento y del entrenamiento a casa.
Hoy no está de ánimos para hacer trabajos, que se joda el profesor y su puto libro, hoy voy a dormir -diciéndose a sí misma mientras cierra los ojos-.
A altas horas de la madrugada un ruido estridente la despierta de golpe, avisándole que algo está mal, son las tres de la mañana y nota que sus padres aún no llegan, ni su hermana menor quien debería estar dormida en el cuarto que está al lado de el de sus papás; siempre dándole más importancia a la menor -pensó- la oscuridad le aterra, baja sigilosamente en busca del causante de aquel inquietante ruido, mala elección, muy mala elección, repitiendo constantemente esas palabras en su mente. Llega a la puerta, hasta ahora está segura, a su lado izquierdo una pared, que la hace recobrar la firmeza, a su espalda la escalera y a la derecha la repisa, más allá la sala y una pequeña cocina.
Sólo es tu imaginación, joder -tratando de tranquilizarse a sí misma-. Hace un gran esfuerzo para caminar, sus piernas no responde, se percata de que la oscuridad la rodea, que la estruja fuertemente contra la pared, de la cual cuelga una retrato de una pequeña con la mirada fija tal vez prestando atención con cierta curiosidad a los estúpidos intentos de su padre por atraer su atención, viste un trajecito verde azulado y una boina del mismo color.
De repente escucha un nuevo estrépito proveniente del segundo piso, quiere gritar, pero la noche y la lobreguez la toman por la garganta, ahogándola, con dificultad traga sus palabras e implora que sus piernas den un paso, luego de forcejear contra su cuerpo logra llegar hasta la escalera, sube algunos peldaños pero alguien la toma del pie, luego del brazo; escucha con claridad una voz misteriosa, como si se tratase de una vieja amiga, tal vez un amante o alguien a quien se le imaginó la voz mientras caminaba por la calle que le dice: <<la oscuridad no es tan mala después de todo>>.
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