Inocuas gotas de lluvia caen sobre la canicie de su cabello, refrescándolo, humedeciendo un rostro que revela el cansancio a través del tiempo. Camina con pasos cortos, meticuloso, con la elegancia y la experiencia que aportan los años; disfrutando de la humedad del ambiente mientras otros corren horrorizados buscando asilo fuera de la tempestad. - «¿Para qué correr sin rumbo como hormigas desorientadas?, ¿qué caso tiene? A veces es necesario exorcizar los pecados que se llevan cuesta abajo» -. Contempla poco a poco como las gotas adquieren mayor volumen, estrellándose contra el asfalto, elevándose en pequeñas figurillas, hermosas para aquellos que aún disfrutan de los pequeños encantos. Vaguedades que en ojos inexpertos son nada más que sin sentidos. Aunque para ojos detallistas son pinceladas provistas de sutileza, impartidas sobre un lienzo aún sin terminar. Un lienzo que contiene historias, hechos, desgracias.
El rocío de la lluvia empapa las solapas del traje negro de paño con botones azules que lleva puesto; entre tanto, acaricia los plateados cabellos que pasan por entre los dedos de su mano derecha, amedrentando así las gotas que caen sobre él. En el costado derecho, dentro del blazer de paño descubre con la mano izquierda un sombrero bowler con una pluma roja en la cinta que lo rodea - «lo siento compañero, pero me canse de la lluvia»- se escucha en la avenida, entre los transeúntes agazapados en las tiendas o bajo los volados de las casas como con voz melancólica se excusa con su sombrero. Con los últimos rayos del sol a su espalda se ajusta el sombrero. Lo ladea hacia abajo con la mano derecha mientras con la izquierda lo inclina hacia arriba como DeLarge de aquella película de la que tanto disfrutaba.
Deambula por las ahora oscuras calles, hasta llegar a una esquina. Levanta la mirada, contempla como la lluvia se filtra por entre los faros de los postes de luz y es teñida de un triste amarillo que embellece aún más la noche. El agua adquiere el toque que le faltaba para ser más excelsa y el hombre con el bowler agradece una vez más estar vivo en aquel momento para apreciar una nueva pincelada. Un ensordecedor lamento inunda la noche. Gira en dirección al oriente, se detiene en una colosal casa colonial de dos pisos con balcón, de color rojo. Saca las llaves de uno de los bolsillos de su pantalón e introduce una en la ranura del portón. Retira el sombrero de su cabeza; toma un pañuelo del estante a su izquierda y se sienta entre las sombras de la noche en un sofá. - «Fue un buen día compañero; sí, claro que lo fue» - Repitiendo estas últimas palabras que acaba de pronunciar, mientras en forma de agradecimiento, seca las gotas que descansan sobre su antiguo sombrero bowler.